Había un zorro al que le gustaba merodear por las huertas a la hora de la siesta. Una tarde encontró una vid cuyas uvas estaban en sazón. Se paró sobre las patas traseras y se estiró al máximo para alcanzarlas, pero se encontraban muy altas. Intentó con un salto y otro y otro más. Fue en vano, no llegaba.
La vid, compadecida del zorro y en medio del crujido de la madera y de la resistencia de los zarcillos que permanecían adheridos al espaldar que la sustentaba, dobló su tronco. Perdió unas cuantas hojas y racimos pequeños, pero el zorro pudo saciar largamente su sed.
Cuando este por fin terminó, mientras se relamía el hocico, dijo:
- ¡Qué lástima! Creí que serían más dulces.
e-Nanos
Ed. Macedonia, Morón, 2010