La vid, compadecida del zorro y en medio del crujido de la madera y de la resistencia de los zarcillos que permanecían adheridos al espaldar que la sustentaba, dobló su tronco. Perdió unas cuantas hojas y racimos pequeños, pero el zorro pudo saciar largamente su sed.
Cuando este por fin terminó, mientras se relamía el hocico, dijo:
- ¡Qué lástima! Creí que serían más dulces.
e-Nanos
Ed. Macedonia, Morón, 2010
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