4 de diciembre de 2009

Hermanita, hermanita

En los atardeceres de estío la pareja de hermanos instala sendos sillones de enea en el porche de la casa (¡buenas noches le dé Dios, vecino!, ¡buenas noches le dé Dios, vecina!).
El forastero llegó pisando fuerte el polvo de la calle principal. Sin equipaje, sin sombra, parece una caña tacuara bajo el sol meridiano; ya las celosías lo han descubierto. Se aloja en el único hotel frente a la plaza, pero nadie sabrá jamás a qué ha venido.
Es bueno ir a misa los domingos. También el extranjero se halla bajo los arcos góticos. Parado junto a una columna, descubre el viejo mantón de encaje sobre el cuello blanco.