unos meses. "Doña -me dijo el Kiri, que es el jefe-, lo vimos jugar al Braian. Si me lo presta, lo sacamos Diego al pibe. Y de paso, se gana unos mangos." ¿Vio qué lindo anillo tiene el Kiri en el dedito chico, con la piedra grande? Para mí que es de oro. ¡Y siempre bien vestido! Si parece un artista. Cuando me dijo así, ¡me dio una cosa! Ya me lo veo al Braian en la tele, hablando, en medio de esas rubias con más curvas que una oreja. O como el Diego, que viaja por todas partes ... con ese arito que es justo para él. Mire, charla que te charla, piqué ajo y perejil por demás. ¡Y bueh!, a los muchachos de la cementera les van a gustar más las "milas". ¡Qué larga hoy la reunión con el Braian, ya tendría que estar! Me dijo que después de entrenar se juntan todos para que el Kiri y los otros dirigentes les enseñen bien lo de la "estrategia de juego". ¡Pucha! Usté se ríe de todo. Eso dijo, "estrategia de juego", me acuerdo bien. "El arquero es como el rey del partido" me explicó aquella vez el Kiri. ¿El padre?, ¿de qué padre me habla? ¿Qué tiene que ver el padre, que ha de andar no sé dónde, hace años, lejos, tirado en una zanja y abrazado a una botella de vino? No, el Braian es otra cosa. Aunque últimamente se me está poniendo raro y me da miedo ¿sabe?. Al principio, cuando empezó con esto, tenía un entusiasmo que no lo paraba nadie. Enseguida me lo mandaron de arquero y en el primer partido que jugó, atajó todos los pelotazos. Así, flaco como una ratita, parecía que estaba en todos los palos al mismo tiempo. ¡Y la alegría! ¡Si se reía solo en el arco cada vez que atajaba un bombazo! Sí, bombazo se dice, y no me joda más, doña, porque me callo. Después del partido, el Kiri me dijo "Vuelvasé a casa, viejita, nosotros se lo alcanzamos al pibe. Ahora tenemos que festejar solos". Esa fue la segunda vez que me dijo que me fuera y muy serio (la primera fue la del entrenamiento). Imagínese, el Braian ya entraba al mundo del deporte, de los grandes. Cuando apareció a medianoche, tenía moretones en las canillas y un tajo en la mano, la de atajar, y hasta creo que la cara marcada. Yo no se los había visto cuando me fui, pero ha de ser porque me agarraron los nervios de la alegria ¿vio?. Nos peleamos con la otra barra, dijo él. ¿Qué? ¿Usté dice que fueron el Kiri y los otros porque querían que no atajara ningún pelotazo? ¿Que hay plata para que pierdan? Doña, usté está loca. Si yo lo conozco al Kiri desde que era chiquito, se lo juro por ésta, si con la madre de él -que en paz descanse- tomábamos mate juntas. ¡Avise, doña! La cosa es que esa noche lo escuché dar vueltas en su catrecito, el que había sido de la Yénifer, pero a mí ni palabra. Son cosas que pasan al principio. No, las milanesas las dejo empanadas nomás, en este tacho. Yo las frito mañana. Después de un tiempo le pregunté al Kiri si el Braian no podía ir de defensa porque eso de que aguante pelotazos y que después de cada partido me lo devuelvan todo tajeado y golpeado (y una vez hasta con la mano tan hinchada que casi no podía agarrar el manubrio de la bici) ... ¿Y qué hay, doña? A mí eso no me gusta nada porque cuando salga en la tele, como el Diego, quiero que esté enterito, bien. El Kiri se rió, me abrazó por el hombro -como un hijo, mire- y me dijo: "no, vieja, no puedo; para defensa necesito uno con cara de malo y el Braian es tan bueno que es casi ... No, viejita, defensa, no. Mejor que ataje". "¿Y volante central?" pregunté de nuevo porque lo había escuchado por la tele. Ahí el Kiri me miró fijo y supe que esto era cosa de hombres y yo no me podía meter. Y, ¿sabe, doña?, cuando me abrazó, sentí algo duro en el costado, como un celular, pero más grande. Él se dio cuenta y se alejó enseguida, se acomodó la camisa y se fue y no volví a preguntarle lo del volante central. Pero la cosa es que de unos meses a esta parte el Braian ya no está tan contento como bien al principio. ¡Que no me vaya a salir al padre! Casi, casi, lo tengo que empujar para que entrene en el potrero con todos colgados del alambrado, mirando. Y cambió desde la vez que perdieron, ¿sabe?. Justo esa noche, cuando me trajo un montón de billetes arrugados y los puso sobre la mesa (pero ni un golpe, ¿eh?, nada, ni una marca en la cara). Me contó que le debían de los otros partidos. Mire, si usté me vuelve a decir que le pagan para perder, no le hablo más porque el Kiri no es esa clase de gente. No le voy a decir cuánto me trajo a casa pero, si el Braian sigue así, por ahí podemos irnos de la villa. Con lo que traiga él más lo que yo venda de sánguches en la cementera, salimos (una prefabricada en Varela me alcanza y sobra) y vuelven la Yénifer, el Matías Orlando -que quién no le dice lo encarrilamos entre todos- y la Yeraldín (cuando sepa dónde anda) y podamos tomar mate y comer torta frita todos juntos, una fiesta. Pero esa noche, la del montoncito de billetes, ¡qué raro!, lo escuché llorar al Braian -llorar con ganas- hasta que aclaró, que es cuando siempre me levanto a hornear los panes y demientras fritar las milas para que él vaya con la bici a vender los sánguches calentitos a los muchachos de la cementera.
¿Sabe? El otro día el Braian me dijo que a lo mejor trabajar ahí, cuando cumpla los once, no es tan malo, que ya se lo ofreció el capataz. Pero yo no quiero, doña. Yo quiero que el Braian siga con la redonda, como el Diego, que también vino de abajo.
Es cuestión de tiempo ¿vió? porque como el Diego, qué quiere que le diga, como el Diego no hay.
Mujeres con pelotas (Antología de cuentos inspirados en el fútbol)
Ediciones Deldragón - Buenos Aires, 2010
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