Esa noche Berta festejaba su cumpleaños y paseaba su figura estatuaria entre los grupos de invitados. Cuando reía, el corazoncito de oro que había encontrado un precario equilibrio en el escote generoso temblaba sobre la piel rosada. De tanto en tanto, Berta buscaba con la mirada a su marido que revoloteaba entre las adolescentes de la familia. Al verlo, ella se humedecía rápidamente los labios con la lengua. (La boca le quedaba brillante como un caramelo.)
Llegó el momento de apagar las velitas. Todos se acercaron a la mesa. Parada a la cabecera, Berta sopló. Cantaron el "Cumpleaños feliz". El marido le besó la mejilla.
Alguien preguntó cuántos años de casados.
-Casi diez -dijo uno de los dos.
Berta hundió el cuchillo en el centro de la torta, lentamente, con precisión.
-Él mira a las chicas -comentó en voz alta una tía un poco sorda.
Berta, como si nada.
-Diez años es mucho tiempo -dijo un primo solterón.
La valquiria, espada en mano, seguía trazando serenas diagonales en la superficie circular. Habían encendido las luces y el pelo era un casco de cobre flamígero sobre la alta cabeza.
- ¿Y si se va con otra? -la pregunta, apenas murmurada, serpenteó entre las conversaciones, interrumpiéndolas.
-No importa -replicó Berta encogiéndose de hombros.
Tomó una palita y sirvió el primer trozo de torta.
Pasó los utensilios a la mucama para que siguiera la tarea que ella había empezado.
- ¡Qué importa? -preguntó Berta a nadie-. Si de casa sale y a casa volverá.
Con un brazo rodeó el cuello del esposo, lo besó en la boca y recién después le alcanzó el plato que él había estado mirando con avidez.
(A Berta los labios le quedaron brillantes como caramelo.)
Libro de los amores clandestinos - GEL
2 comentarios:
Bellísimo relato. Vengo de leerla en Minificciones y encuentro esta delicia. Muchas felicidades,
Izaskun
Muchas gracias por el aliento.
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