La inauguración del nuevo sector promete. El whisky es bueno. Estrecha una mano por aquí, saluda más lejos, lo conocen y lo reconocen. Está feliz.
Alguien llega. Una nueva cara. Una sonrisa, una caída de ojos. ¿Conoce al director de la casa? No, vino invitada. Si le permite. Sí, me gustaría. Y él le hace los honores. Una mirada como un rayo verde le afloja las rodillas. Pero él sigue adelante con las explicaciones, como si nada. Es valiente. Después un oh de asombro, que de tan bien modulado, le hace creerse perfecto.
¿Tiene teléfono? No, no, ella recién llegó a la ciudad, lo elude, observa la alfombra, sonríe un poquito. Lo mira de soslayo y de nuevo el relámpago verde que esta vez a él le enciende la nuca. Ella juguetea con los zorros. ¿O es con él? Duda. No importa, adelante.
Sigue hablando, le explica todo de nuevo, basado en una perspectiva más actual. Ella lo observa con el ceño fruncido. No quiere perder palabra. ¡Qué largas son las pestañas! Y el arco de las cejas. Como una gaviota en vuelo. Se pierde. No sabe qué estaba diciendo.
Insiste con lo del teléfono, tiene un velero -dice-, y el río, ahora, en invierno, las gaviotas al atardecer rasgando la comba del cielo.
Esta vez ella niega con la cabeza, pero la mirada baja. ¿También pensará en el río, en el velero que se pierde por carecer de teléfono? ¿o por no querer?
La mirada ausente. No, ausente, no. Lo mira a la cara, seria. Tampoco. La mirada se desvía apenas, está observando algo detrás de él.
Pero a él no le importa. Sigue hablando de su barco, de los ratos libres. Quiere mostrarse gentil, que la mujer confíe. No obstante, es como si ella se hubiese ausentado ya.
Otro hombre se les acerca. Besa a la mujer detrás de la oreja. Ella es todo dulzura. Las pestañas proyectan largas sombras sobre las mejillas. El recién llegado la en laza por la cintura.
La pareja le desea buenas noches; lo dejan parado, solo.
Y se van, cómplices de la vida.
FIN
1 comentario:
Por eso yo llevo siempre los zapatos opacos, como mi suerte con las mujeres.
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