5 de agosto de 2008

TRINCHERA

Hace años, en un ómnibus, escuché la siguiente historia.

Durante una de las contiendas mundiales, un grupo de jóvenes soldados reclutados en el sur de un país meridional ocupaba una trinchera. Era una noche estrellada, apacible y, milagrosamente, los enemigos se habían llamado a silencio. A lo lejos se oyó el balido de una oveja. Este sonido entrañable desató la nostalgia de los muchachos y cada uno empezó a rememorar el terruño y los afectos que había dejado atrás. Murmuraban nombres, contaban sus pequeñas historias y por unos momentos no hubo ni barro ni miedo ni sed.
De pronto, el enemigo empezó a lanzar obuses que reventaban muy cerca de la trinchera. La noche se encabritó. Pasada la primera sorpresa, uno de los soldados pegó un salto, corrió hacia el descampado donde los proyectiles se abrían como flores siniestras y, con los brazos en alto, comenzó a gritar:
- ¡Eh, qué hacen locos? ¿No ven que hay gente aquí!