4 de enero de 2010

Camino a Tostado

Mario y yo somos amigos desde el jardín de infantes. Somos padrinos de nues­tros hijos, y casi hermanos. Nos llevamos bien durante los viajes por el interior que nos impone nuestro trabajo.


Me habían prevenido contra esta ruta a Tostado. Nadie dió razones concretas, sólo respuestas vagas que me parecieron poco argumento para cambiar el recorrido. Y aquí estamos, rumbo a Tostado.
Le he preguntado a Mario si cargó nafta.
- Sí, Juan - contesta. Siento como una puntita de sorna.
Lo pienso ahora, mientras voy manejando por los bajos submeridionales de Santa Fe. Un vaho persistente surge de la llanura empapada de agua como una lenta esponja que acecha a los bordes del camino. La tierra parece lisa y parduzca, pero apenas uno deja el “mejorado”, lo traga hasta los to­billos.