31 de octubre de 2009

Verbo

El hacedor de hombres marchaba por un erial de piedra y silencio.
Otros mundos le poblaban la frente.
Tomó un guijarro redondo y le sopló los más secretos sueños.
- ¡Cántalos tú! –dijo, y lo lanzó bien lejos.

24 de octubre de 2009

El flamenco

Cuando salió del huevo era un pollito amarillo. Un día se cansó de picotear el suelo junto a sus hermanos y corrió hasta el estanque. Se tiró al agua y vio que flotaba. Algunos lo imitaron. Desde la orilla, la gallina cloqueaba desesperada y corría de un lado a otro. Él agitó un poco sus miembros bajo la superficie. Advirtió que le crecía una tela entre los dedos de las patas, que se le había aplanado el pico y que sus plumas ahora eran blancas y largas. Al rato, miró para arriba, sintió una brisa que lo acarició. Agitó las alas y levantó vuelo. Se le alargaron el pico y las patas. Las alas le crecieron, extendidas, abiertas, y mientras se mecía (ahora sobre un río etéreo) las plumas tomaron un color naranja, naranja.
Desde arriba vio a la gallina que seguía cloqueando. Vio a un puñado de patos sobre el agua. Enseguida se acomodó sobre otra corriente de aire que lo llevó bien alto y bien lejos.



Texto leído durante las III Jornadas de Minificción, Rosario, 9 y 10 de octubre de 2009

23 de octubre de 2009

Los golpes

Esperó a Marisa como todas las noches: con la mesa puesta y la cena en el horno para que no se enfriara. Javier se había acostado. Tampoco él solía dormirse antes de que la hija de ambos re­gresara de la Facultad. Beba miró el re­loj. Se re­trasaba demasiado. Sonó el teléfono.
- Hola, Beba. Quería hablar con Marisa. ¿Por qué falta hoy a clase?
Durante unos segundos la pregunta de la compañera de curso quedó flotando en el aire. Que su hija habría salido a tomar un café con el nuevo novio, supuso Beba. Que mañana la llamaría.
Antes de acostarse le dijo lo mismo a Javier: Marisa habría ido a tomar un café con el novio. Era muy probable, se autoconvenció.
El esposo daba vueltas en la cama. Beba empezó a dudar de su propia certeza. ¿Y si a Marisa le hubiera pasado algo malo?

19 de octubre de 2009

Minotauro

A veces, cuando en la penumbra de algún atardecer la luna del espejo me asalta a traición, distingo el brillo de la locura en su reflejo azogado. Inclino sus aletas laterales hasta que rozan mi cabeza. La imagen se multiplica en infinitos túneles verdosos.
Acomodo la más aguda piedra que imaginar pueda entre los pliegues de mi túnica blanca. Mi corazón es un ave frenética de miedo.
Oigo sus cascos que se acercan desde el final del túnel. Ya veo su testa bicorne, su belfo. Ventea, me ha olido. Tiemblo.
El Minotauro se excita. Trota.
Lo espero sin moverme.
Apunto a su frente, sin respirar, para no errar el blanco.
Voy a lanzar la piedra.
Vacilo.
Silencio.
Abro las aletas del espejo y el brillo temido desaparece en los túneles.
Una ojeada plana descubre el límite del delirio.
Temo que algún atardecer olvide cómo se abren las aletas del espejo y quedemos, el Minotauro y yo, del mismo lado.
Texto leído durante las III Jornadas de Minificción (Rosario, 9 y 10 de octubre, 2009)

2 de octubre de 2009

Saxo en la frontera

Huyeron en el tren de las cuatro, cuando a la hora de la siesta la locomotora hundió su miriñaque negro de humo en la estación. Ella era menor de edad y él tenía su saxo y su talento.
Con el tiempo, aprendieron que la mujer de un músico es una sombra quieta a un costado del escenario hasta que llega la hora del descanso compartido. Siempre volvían anhelantes de las funciones. Las manos sabias de él la recorrían minuciosamente: alcanzaban la nota más alta, la más intensa. Era la ternura, la furia, el éxtasis. Por esa época él también compuso una obra, "Desértico".
Han transcurrido unos años. El presente es otro: cuando él termina de ensayar, después de la siesta, ella guarda el saxo en su estuche. La funda es de seda, ella lo acaricia (le gusta sentir la suavidad de la tela rozando sus yemas), entorna los párpados. Se toman de la mano y parten caminando, en la oscuridad de la noche, hacia el local donde él actuará. Después de la función les dan algunos pesos y un plato de comida. No siempre la salsa está fría, pero se han acostumbrado a no reclamar; es inútil. Regresan despacio. Se acuestan. Ella se queda quieta, esperando. La respiración de él se torna regular como un metrónomo.
Cierta vez ella quiso revivir la tarde lejana. Se descalzó, cerró los ojos para no ver los hombros caídos y el torso fatigado de su hombre. Empezó a moverse con la cadencia del saxo. Él preguntó qué estaba haciendo. "Nada, querido, nada". Así ella comenzó a pensar en concretar lo que vino después.