Durante el tiempo que se encontraron regularmente para salir
juntos, ella llevaba manzanas en la cartera. Caminaban mucho, casi hasta el
agotamiento: cuando caía el sol, se sentaban en un banco de plaza y comían las
manzanas. Hablaban sobre películas, sobre el calentamiento global y las
modificaciones que la cibernética producía en la vida cotidiana. Después, él la
acompañaba hasta la puerta de la casa. Se despedían con un ardoroso beso que
invariablemente preludiaba lo que nunca se concretó porque él partía apurado,
también invariablemente.
Y así, sin cambios, pasaron dos meses hasta que ella conoció
al hermano de él.
e-Nanos
Macedonia Ediciones, Morón, agosto de 2010
Macedonia Ediciones, Morón, agosto de 2010
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