8 de septiembre de 2013

Romance

Durante el tiempo que se encontraron regularmente para salir juntos, ella llevaba manzanas en la cartera. Caminaban mucho, casi hasta el agotamiento: cuando caía el sol, se sentaban en un banco de plaza y comían las manzanas. Hablaban sobre películas, sobre el calentamiento global y las modificaciones que la cibernética producía en la vida cotidiana. Después, él la acompañaba hasta la puerta de la casa. Se despedían con un ardoroso beso que invariablemente preludiaba lo que nunca se concretó porque él partía apurado, también invariablemente.
Y así, sin cambios, pasaron dos meses hasta que ella conoció al hermano de él.
e-Nanos 
Macedonia Ediciones, Morón, agosto de 2010

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