18 de marzo de 2009

Gloria

Se llamaba Juan, y Gloria cuidaba a su esposa in­válida.
Durante muchos años se citaron en lugares donde los objetos aún guardaban la impronta de otros mur­mullos.
Luego, el recuerdo fulguraba como una gema en la habitación signada por la enfermedad y la sos­pecha. Gloria iba de aquí para allá ahuecando almoha­das, dispensando alivio, siempre vigilada por ojos atentos.
- ¿Por qué canta, Gloria?
- Es la vida, señora. Es mi vida.
Ambos, ella y él, pronunciaron palabras no com­partidas, inventaron sueños en el descanso separado. Siguieron así, sostenidos por la misma pregunta, por idéntica respuesta: "¿Cuándo, mi amor, cuándo?", "No está en nosotros". Decían que las caricias eran una grieta en el muro por la cual Dios les permitía espiar lo inefable. De eso vivían.
Cierta vez, la enferma murió.
Ellos se casaron. Lograron hacer de la comunión efímera, un ejercicio cotidiano.
Cuando cae el crepúsculo, Gloria va al jardín y acaricia los macizos de heliótropos.
Juan sale a pasear solo.

Libro de los Amores Clandestinos - GEL

2 comentarios:

Mireya Keller dijo...

Qué bueno tu blog, Laura. Muy completo. Y me encantó tu minificción Gloria. ¡Qué cruel ironía que flota en todo el texto!

Laura dijo...

Gracias, Mireya. A veces juego con los nombres. Me gusta integrar los títulos a la trama. "Gloria" por sí mismo es un nombre positivo. Se torna irónico (y muy triste) con el desarrollo del texto.