Con Elsa habíamos decidido llegar temprano a la fiesta.
Sobre los techos de Buenos Aires se cernía una típica tormenta de diciembre y el aire era pegajoso. Además, estaba ese molesto paquete de Elsa.
-Un corte de tela, una oferta de liquidación -dijo sin mirarme, como si buscara a alguien.
Mi entusiasmo inicial se había ido evaporando. Elsa bailaba (por así decirlo) con un hombre insignificante que hacía esfuerzos por gustar, y cada vez que pasaban a mi lado, ella me guiñaba un ojo.
Me senté sobre el antepecho de una ventana y me dediqué a cuidar el paquete. A veces se acercaba algún conocido y conversábamos un poco o bailábamos. Sueltos, porque la tormenta inminente hacía insoportable cualquier contacto. En cuanto podía, me escapaba a la ventana fresca.
Mi amiga se instaló a mi lado. Nos quedamos comentando su reciente conquista. Asomó una cara nueva para mí. Sin ningún tipo de transición, ella lo llamó:
-¡Pablo!
Sobre los techos de Buenos Aires se cernía una típica tormenta de diciembre y el aire era pegajoso. Además, estaba ese molesto paquete de Elsa.
-Un corte de tela, una oferta de liquidación -dijo sin mirarme, como si buscara a alguien.
Mi entusiasmo inicial se había ido evaporando. Elsa bailaba (por así decirlo) con un hombre insignificante que hacía esfuerzos por gustar, y cada vez que pasaban a mi lado, ella me guiñaba un ojo.
Me senté sobre el antepecho de una ventana y me dediqué a cuidar el paquete. A veces se acercaba algún conocido y conversábamos un poco o bailábamos. Sueltos, porque la tormenta inminente hacía insoportable cualquier contacto. En cuanto podía, me escapaba a la ventana fresca.
Mi amiga se instaló a mi lado. Nos quedamos comentando su reciente conquista. Asomó una cara nueva para mí. Sin ningún tipo de transición, ella lo llamó:
-¡Pablo!