Por las tardes, al regresar a casa, él le seguía diciendo mi amorcito. Afortunadamente, la inocencia se transformó en una olvidada lección.
Hasta que Elsa descubrió el primer engaño. Su cólera fue de tal magnitud que abandonó la cama grande y armó un catre plegadizo en otra habitación. Todas las noches él dejaba abierta la puerta del dormitorio. Pero los meses sólo ahondaron la brecha.
Luego hubo fragancias diferentes a aquella primera, otras caras imaginadas.
Un día, Elsa hasta se atrevió a pensar: "Cuando mi marido ya no esté ... " Empezó a comprar vestidos elegantes y perfumes importados. Los guardaba en un ropero, y en los cajones guardaba aros, pulseras, collares de fantasía. Le gustaba pasar revista a sus tesoros.
Cuando la hija de ambos cumplió quince años, Elsa confeccionó una nueva colcha para su catre. La noche de la fiesta a ella los ojos se le llenaron de luces y el alma de ansias, mientras la hija pasaba bailando en brazos de los invitados. Otra vez pensó: "Cuando mi marido ya no esté ... "
La ropa de él traía -además de las fragancias diversas- ese olor inconfundible que Elsa, a pesar de los años transcurridos, no había olvidado y seguía buscando en la intimidad de las fibras.
Una noche, ante la puerta del dormitorio, él la invitó:
-Sigue abierta -dijo.
Ella lo midió de arriba abajo como se mira a un pensionista atrevido:
- No.
Con el tiempo, cambió el ropero por un armario que ocupaba una pared entera.
La hija se casó, nacieron los nietos.
El armario estaba abarrotado y hubo que renovar la colcha del catre. Él ya no regresaba a deshoras. Miraban televisión juntos. Elsa lo observaba de reojo:
"Algún día, cuando mi marido ... "
Hacía mucho tiempo que Elsa se teñía el cabello.
Empezó a usar anteojos, luego dientes postizos. Y un audífono, el izquierdo. Él usaba el derecho.
Un día el hombre tuvo un quebranto de salud y Elsa lo cuidó hasta que se recuperó un poco.
El mismo mal los carcome. El armario se comba con los vestidos pasados de moda, los perfumes languidecen en frascos sellados. Por las tardes, cuando el clima está seco, ella lustra con una franela los aros y pulseras.
Pero él se empecina ante la pantalla del televisor, y mientras Elsa lo arropa para que no tome frío, piensa:
-Algún día, cuando mi marido ya no esté ...
Libro de los amores clandestinos - GEL