La verdad es que ahora, después de tantos años, estaba un poco harta de rasquetear los lamparones de vela que le arruinaban el piso y de limpiar recipientes con flores marchitas y de ventilar la habitación. Sus amigas siempre se las traían, además de sus confidencias y el sahumerio.
Nunca hubiera imaginado, allá en su lejana juventud, que su inocente comentario le acarrearía estas consecuencias cuando le había asegurado a cada una de sus conocidas: "habla tranquila, soy una tumba".
e-Nanos
Macedonia Ediciones, Morón, agosto de 2010