"La cocina de los dramaturgos"
Evento realizado en Argentores el 13 de julio de 2013 durante el cual se leyó (entre otros tres de diferentes autoras) el monólogo humorístico
"Master en Gualichos".
Aquí junto a Elvira Hernandorena y Clara Carrera, posando en compañía de autores y actores.
TEXTO DEL MONÓLOGO
(ANA) Hace mucho que no voy a bailar. ¡Lo que gasté
en teléfono para reservar mi silla en una milonga de San Antonio de Padua!. Y,
se pasan el dato y después de lo de Franz y el Mono Aguirre, en las de Capital
tengo la entrada prohibida. ¿Cómo que no sabés? ¿Dos meses que no hablamos?
Claro, hará dos meses del sábado que fui, como todos los sábados, a la milonga
del Canning. Sabés el trámite: ropita atractiva, mucha producción, perfume, la
mejor onda porque puede ser que esa tarde o esa noche se dé. La cuestión es que
recorro el pasillo del Canning, con la dignidad de una emperatriz, atravieso la
puerta de entrada al salón y me quedó ahí un minuto, paradita, mirando
alrededor. Un poco para estudiar el panorama (aunque lo conozco de memoria,
siempre somos los mismos, pero por ahí hay alguien nuevo y …). Y otro gran poco
me quedo quieta para que me vean. Un minuto parada y te das cuenta de que pasa
como un aire por las sillas, como la olita de las plateas de fútbol ¿viste?,
algo que hace girar las cabezas apenas un toque. Entonces, si no te conocen va
la pregunta bajito, por el costado de la boca, dirigida al vecino ¿quién es?.
Si te conocen, sólo comentan ¡ah, llegó Tal, mirá cómo se vino! Y enseguida,
cabezas vuelta al frente. Bueno, yo estaba en esa parte interesante, mirar y
ser mirada, cuando oigo la voz de bisagra sin aceitar del Mono Aguirre, pegado
a mí. Hola, mamita, ¿me hacés el favor?. Sabés de quien te hablo ¿no?.
El que parece un tití; tan feo que cuando nació, seguro la madre le pidió
perdón al padre y salió corriendo. Me pregunto siempre cómo hace para ser
taaaaan pesado. Bueno, yo con él ni bailo ni mucho menos ninguna otra cosa. Ni
mamada en querosén, te lo aseguro. Está frustradísimo, pero insiste, insiste,
todo almíbar, todo ojos implorantes. Esa vez lo miro, con cara de no hacer
ningún favor y él sigue, como si no se hubiera dado cuenta: Estoy trabajando
con un grupo de turistas, hacéme el favorcito y sacámelo a bailar al rubión ese”.
Yo miro para el lado que me indica, escéptica, mentón alzado y ahí LO VEO. ¡No
sabés! Me costó cerrar la boca y el Mono Aguirre que se sonríe y se va. El candidato
era un caramelo. Rubio, grandote como jugador de rugby, con esa carita mezcla
de Brad Pitt, de atorrante y yo-no-fui. Para comérselo, bailara o no. Y lo
saqué a bailar, contra todos los códigos de la milonga tradicional. Mirá, hay
códigos que respeto a rajatabla como es el cabeceo porque para mí, el tango es
el único baile donde la mujer puede decidir con quién bailar y con quién no. Si
el que te cabecea no te gusta mirás para el otro lado y listo. No lo ofendiste
en público y no saliste a bailar con quien no se te canta. Pero esa vez, el
rubio estaba como para patear todos los tableros. Lo creí torpe. Ja, en cuanto
nos abrazamos para empezar un tango, como diría Ferrer, “me incendió hasta la
saliva”. ¿Cómo te explico? Fue como apretar una torre de alta tensión. Y a él
también le pasó algo, el pecho le vibraba; después me di cuenta de que era el
celular, pero no importa. ¡Esos brazos fuertes que me rodearon!. Ni un gramo de
grasa, ¡tan sanito, tan viril, tan apto para la reproducción, tan aprovechable!
Fue una ignición, perdón, una conexión espontánea; no lo solté en toda la noche.
¡Qué importaba lo que dijeran los demás! Sabés bien, en la milonga tradicional
más de una tanda no podés bailar con la misma persona; si llegás a bailar tres,
hmmmm, ya hay algo entre esa pareja de bailarines y empiezan los chismes, las
preguntas, los codazos. Bueno, entre pieza y pieza, lo único que conseguí
averiguar fue que se llamaba Franz y enseguida decía “deutsch”. Cualquier cosa
que le dijera o preguntara en las pausas, sonreía. ¿Lo dije antes? Para
cómerselo, un tierno. Si se ponía verborrágico, repetía (en Franz) Franz – deutsch. Después de cada tanda, él
volvía a su mesa, a sentarse al lado del Mono Aguirre, como un alumnito
aplicado. Así que ahí iba yo, a buscarlo cada vez. Al final del baile (porque
terminamos siendo la última pareja sobre la pista y el Mono Aguirre que se
sonreía como para sí), lo abrazo por el cuello al candidato, lo miro a los ojos
y le pregunto: ¿mañana, morgen? porque comprobé que aunque él era
extranjero, en la milonga (como en otros ámbitos), ya se sabe, hay un
vocabulario de emergencia como para que las cosas pasen a mayores y que él me
iba a entender. Sonrió, entendiendo. Esa noche no dormí, no me lo podía
sacar de la cabeza (lo de la cabeza es
un decir). Al día siguiente no fueron ni él ni su grupo ni el Mono Aguirre. Me
puse loca, otra noche sin dormir y a mí que enseguida se me marcan las ojeras.
Y resulta que el martes, yendo de compras, tengo que esperar el cambio de luz
de un semáforo. Parada, mirando pasar los bólidos por la avenida Santa Fe, veo
el cartelito pegado a un poste: “El amor de tu vida a tus pies en trés sessiones.
Traé una prenda y una foto. Héssito acegurado.” Y un número de celular. Llamé. Mirá,
m’hijita, todavía no tengo el mássster
en gualichos, pero me arreglo. Psééé con una prenda del sujeto, pero si
no la tiene, con una foto se puede hacer igual. Aunque es a otra tarifa, claro.
Así que el sábado siguiente llevé mi cámara a la matinée y me acerqué a la mesa
del grupo de Franz. Todos me miraron amables, cordiales, pero … mi candidato no
estaba. Pregunté ¿y Franz? Siguieron sonriendo. Quien entendió la pregunta se encogió
de hombros. Y, de golpe, como un rayo al revés, con esos ojos que te recorren
de arriba abajo y de abajo arriba mientras te van sacando toda la ropa, lo
tengo al Mono Aguirre plantado a mi izquierda. Iguazú, mamita ¿No querés
bailar conmigo, mami?”. Pegué la vuelta y me fuí elegantemente pero sin
contestarle. Apenas bailé: un poco porque el sábado anterior había estado todo
el tiempo con Franz y los demás ahora me “castigaban” y otro poco porque no
tenía ganas. Me retiré temprano. Llamé a la vidente para avisarle que el
“candi” se había ido a Iguazú. Buen lugar, con mucha energía positiva la del
agua dulce, m’hija. Yo dendemientras sigo trabajando. Vass a ver qué bien sale
todo. Llamame cuando tengás la foto. Franz reapareció después de una semana
que fue... eterna. Me acerqué otra vez a la mesa del grupo, cámara en ristre, y
pregunté con un gesto ¿puedo?. Todos asintieron con la cabeza, cordiales, y a
último momento apareció el pesado del Mono Aguirre, que se paró en el medio de
todos. ¡Flash! ¡Y foto a la bruja!. Lo primero que dijo fue: demassiada
gente. Acercó la foto a la nariz, la alejó casi hasta la altura de la
pelvis, volvió a acercársela, la olfateó. Se aproximó a la ventana para tener mejor
luz, le pasó el pulgar por encima, se puso bizca, torció el gesto. Finalmente
espetó un Quedate tranquila, te lo dejo caliente como una pipa. La volví
a llamar a los dos días. Sí, estaba un poco ansiosa, vos sabés que la gente
viene de afuera sólo para bailar tango y por unas semanas y yo a Franz no lo
quería dejar pasar. Y la bruja que dice: vass a ver con el gringo. Te juro
que vos de mí no te olvidás más. Palabra. Para el sábado: llamame el domingo y
fesstejamo. Así que ese sábado quemé sahumerios por toda la casa y puse la
botellita de champaña en la heladera. En el dormitorio, el horno con aceites
aromáticos (pachuli, para más datos) unas cuantas velas estratégicas y la caja
de fósforos bien a mano. No fuera a ser que, como la otra vez, ¿te acordás?
cuando estaba por empezar la función no va y se me cae la caja de las manos en
la oscuridad y ahí estaba el galán, en cuatro patas y casi en bolas, buscando,
hasta que apareció la bendita caja; sólo que cuando aquel candidato quiso enderezarse,
se quedó duro y tuve que ayudarlo a vestirse, le llamé un radiotaxi y lo subí
al auto porque ni caminar podía el pobre. Y antes de acostarme, solita mi alma,
me aseguré de que todas las velas estuvieran apagadas, no vaya a ser que encima
se me incendiaran las cortinas de voile. Esa vez amanecí con una jaqueca que me
partió la cabeza todo el día con tanto sahumerio y pachuli que aspiré. Entre
paréntesis, aquel candidato nunca más me llamó y ni siquiera me mira o me
saluda cuando nos cruzamos en el baile. Pero volviendo al sábado post-foto en
cuestión, me hice un glorioso baño de espuma relajante, hidratante, en fin, con
todos los “ante” que te imaginás para el “después”. Abrí el último frasco de
perfume importado, estrené las medias francesas (sabemos que en el tango, lo
primero que te miran cuando bailás, son los zapatos, las piernas y, después,
para arriba; las espaldas se cotizan muy bien en esta danza). Por fin, al
entrar al salón de baile, lo ví. Te juro, era un ángel…caído, a Dios gracias.
Él también me vio, les cuchicheó algo a sus compañeros de mesa. Algunos giraron
la cabeza y me pareció que reprimían una risita. Sentí que todo el mundo me miraba
fijo. ¿Tanto se notaba que me latía con fuerza el corazón? Una mujer se apiadó
y me señaló mi pechera; al bajar la vista, veo que tengo pinchada sobre el escote
de mi vestido rojo, una aguja con un larguísimo hilo blanco rematado en un poderoso
nudo. Entonces recordé que primero me había puesto un equipo blanco y que le dí
una puntadita para que no resbalaran los breteles. Después me había parecido demasiado
casto para el proyecto y cambié al rojo. Superé el mal trance. No sabés lo que
fue esa noche bailar con él. Franz había estado tomando clases con el Mono
Aguirre, así que lo nuestro fue de una conexión absoluta. Todo el tiempo que
estaba apoyada sobre su amplio pecho, él me abrazaba como para no perder el equilibrio.
Sí, reconozco que me pisó un par de veces. Y sí, te confieso a vos que sos mi
amiga, esas medias tengo que tirarlas porque ya no sirven ni para colar el té;
pero igual, yo temblaba como una hoja. Después de un par de horas, le susurré
al oído: te espero afuera (para
que no nos vieran salir juntos y comprometerme frente a los demás ¿viste?). Él
sonrió, enigmático y tierno, como siempre. ¡Ayy, casi me muero! Antes de
atravesar la puerta para salir, con el abrigo puesto y la cartera en la mano,
me di vuelta, sonreí y le guiñé un ojo. Franz asintió: había entendido.
Mientras recorría el pasillo hasta la calle, me imaginaba como iríamos juntos
en el taxi, los primeros besos en la penumbra, siempre callados porque lo
nuestro es absolutamente sensual, no hay palabras, no hay ideas, todo carnal.
No sé si me explico. Pero en cuanto pisé la vereda, ahí estaba el Mono Aguirre,
de rodillas, cortándome el paso, con un ramo de rosas que parecía una palma y
diciéndome con los ojos arrasados en lágrimas mientras que con el brazo libre
hacía un gesto circular, que abarcaba la vereda, la avenida Scalabrini Ortiz,
el universo todo ¡Para vos, mamita!. Scalabrini Ortiz estaba cruzada por
los pasacalles: “Ana te amo para toda la vida”, “Ana diosa mía aseptá la beneración
deste umilde cervidor”, “Ana sos mi estatua de la libertá”. Había una orquesta
típica y un coro de cincuenta niñitos con guardapolvos blancos cantando “Pasional”
que interrumpían el tránsito. ¡Y los bocinazos de los autos y de las ambulancias,
la sirena de los bomberos, el carro neptuno que la emprendió a los manguerazos!.
El Mono Aguirre no se quería levantar y recién salió del medio cuando el pelotón
del grupo Delta entró a la carrera, como en las películas, y lo volteó. Después,
mientras íbamos todos apretados en el camión celular, con el Mono Aguirre pegadito
a mi costado y sin soltar el ramo de rosas porque no quise aceptárselo y mirándome
con esa cara de carnero degollado, recordé lo del máster en gualichos y la foto
grupal, y cómo la bruja había tratado de distinguir los detalles, todo ese ir
hasta la ventana, acercársela hasta la nariz, alejarla, fruncir la cara porque
no veía una pepa. Y la frasecita, aquí la tengo, grabada en la frente. Porque lo
que era promesa resultó una amenaza cumplida:de mí no te olvidás más,
palabra. No, a Franz no volví a verlo después de la comisaría y el Mono
Aguirre se fue a Europa o a Ushuaia, no sé bien. Ya debés estar regia de las
paperas. ¿Te animás a hacerme pata en la milonga de San Antonio de Padua, si
consigo reservar otra silla? ¡Dale!
Publicado en Antología "La Cocina de los Dramaturgos - Vol. 4, 2012-2013". El Escriba, Buenos Aires, 2014. Cortesía de Argentores.