18 de marzo de 2009

Gloria

Se llamaba Juan, y Gloria cuidaba a su esposa in­válida.
Durante muchos años se citaron en lugares donde los objetos aún guardaban la impronta de otros mur­mullos.
Luego, el recuerdo fulguraba como una gema en la habitación signada por la enfermedad y la sos­pecha. Gloria iba de aquí para allá ahuecando almoha­das, dispensando alivio, siempre vigilada por ojos atentos.
- ¿Por qué canta, Gloria?
- Es la vida, señora. Es mi vida.
Ambos, ella y él, pronunciaron palabras no com­partidas, inventaron sueños en el descanso separado. Siguieron así, sostenidos por la misma pregunta, por idéntica respuesta: "¿Cuándo, mi amor, cuándo?", "No está en nosotros". Decían que las caricias eran una grieta en el muro por la cual Dios les permitía espiar lo inefable. De eso vivían.
Cierta vez, la enferma murió.
Ellos se casaron. Lograron hacer de la comunión efímera, un ejercicio cotidiano.
Cuando cae el crepúsculo, Gloria va al jardín y acaricia los macizos de heliótropos.
Juan sale a pasear solo.

Libro de los Amores Clandestinos - GEL

11 de marzo de 2009

Divertimento de las palabras

El salón auditorio no tardó en quedar vacío. Pero fue necesario que transcurriera un buen rato antes de que las palabras se atrevieran a apare­cer.
Se asomaron tímidamente por entre las tablas del revestimiento de madera, temerosas de que el eco de alguna pisada volviera a resonar en el silencio oscuro. Las que se habían abrazado a los caireles de la gigantesca araña empezaron a colum­piarse y un suave tintineo avisó a las de abajo (dor­midas a causa de los discursos sobre la pana de los sillones) que debían despertar y reunirse con to­das las demás sobre la alfombra. Las palabras agudas se tiraron de cabeza. El peso del acento en la última sílaba actuaba como plomada y como resguardo de su anatomía. "Solución", "haré", "argot" cayeron con voluntad certera entre los nudos de seda persa.