Durante muchos años se citaron en lugares donde los objetos aún guardaban la impronta de otros murmullos.
Luego, el recuerdo fulguraba como una gema en la habitación signada por la enfermedad y la sospecha. Gloria iba de aquí para allá ahuecando almohadas, dispensando alivio, siempre vigilada por ojos atentos.
- ¿Por qué canta, Gloria?
- Es la vida, señora. Es mi vida.
Ambos, ella y él, pronunciaron palabras no compartidas, inventaron sueños en el descanso separado. Siguieron así, sostenidos por la misma pregunta, por idéntica respuesta: "¿Cuándo, mi amor, cuándo?", "No está en nosotros". Decían que las caricias eran una grieta en el muro por la cual Dios les permitía espiar lo inefable. De eso vivían.
Cierta vez, la enferma murió.
Ellos se casaron. Lograron hacer de la comunión efímera, un ejercicio cotidiano.
Cuando cae el crepúsculo, Gloria va al jardín y acaricia los macizos de heliótropos.
Juan sale a pasear solo.
Libro de los Amores Clandestinos - GEL