24 de febrero de 2009

Polizonte en el universo

Era una partícula, una nada suspendida por un segundo entre el cielorraso y el vacío, colgada apenas de su hilo plateado. Alpinista invertida sin montaña, empezó a hipar metódicamente esa hebra que surgía de los laberintos microscópicos de su arácnido plexo solar. ¡Acróbata loca, motita roja con sus ocho levísimas patas! ¡Hay que tener agallas! Abajo: los papeles, la alfombra, la aspiradora, la muerte.
Un dedo índice gigantesco intercepta su liana de plata. Otro destino, sí, pero ¿cuál? Sin práctica, es muy arduo jugar a ser un dios.
Cerca hay un macetón coronado por un enorme helecho. Allá va el dedo, con liana y arañita. En cuanto ella toca tallo firme, se larga verde abajo por el infinito puente .
Días después invisibles crías bermejas se afanan entre las hojas. Y surge la pregunta: a nosotros ¿nos ocurrirá lo mismo?


17 de febrero de 2009

La mujer del dinamitero



Así la llamaban allá en las sierras. Pero no es para decirle esto, doctor, que mi abuela pidió que lo interrumpiera en la lectura del testamento del viejo. No: ella quiere que le cuente lo que pasó por esa época.
La pareja había llegado a las minas por un capricho del marido, supone ella, porque mi abuelo nunca le dio el motivo de sus decisiones. Ni entonces ni después.
Se instalaron en una casa apartada, con jardín y una bougainvillea. De día, un sol de cerámica quemaba tanto el suelo, que el camino frente a la ventana parecía un ladrillo calcinado desde las sierras hasta el pueblo. Sólo el aire reverberante se agitaba con las explosiones regulares que des­garraban las entrañas de la tierra. De noche, el viento frío ululaba en los postigos de las ventanas.
Mi abuela salía al camino en la quietud de la tardecita para esperar al dinamitero. Cuando pasaba la cuadrilla, él se desprendía de sus compinches y con un gesto posesivo, la empujaba casi hasta el umbral de la cocina.