31 de enero de 2009

La espera

Con tan poca luz, apenas me veo en el es­pejo del baño de la tanguería. El platinado de la tintura confunde las canas. Contro­lo mi vestido de brocato (*) y recuerdo el día lejano en que fui al Centro con la mo­dista, a comprar la tela. En el local nos ofre­cieron asiento para poder elegir cómodas. El vendedor (después, para mí, el Pardo) tomó el cilindro de brocato con la izquierda y con dos dedos de la derecha sostuvo el borde la tela. Mirándome fijo a los ojos, pegó un tirón y la tela se aglobó como la vela de un barco soplada por la brisa. Yo dije que sí.
Juana Schuster vestida para bailar tango ... y para conquistar a mi padre.
Archivo personal

11 de enero de 2009

Guernica

Se encontraban a diario en la estación, a la hora de la siesta, poco antes de que pasara el tren de las cuatro. Pero una tarde Lucila dio un gran rodeo con su valijita y tomó el ómnibus que la llevó a la ciudad.
Él se quedó esperándola en medio del polvo arremolinado por el viento que hacía chirriar el gran cartel con el nombre de la estación. Se quedó esperándola hasta que comprendió la verdad: ya no vendría.
El muchacho cambió el campo por el pavimento, el tambo por el taller, el taller por la fábrica, la fábrica por la empresa. Una mujer de carne y hueso tapó el recuerdo de Lucila alta atravesando los remolinos a la hora de la siesta.

Elohim, Elohim

Hace muchas semanas -antes de que yo tomara mi morral y partiera como un ladrón al filo del amanecer- me contaron que fueron a buscar al joven Maestro para que Él me trajera de vuelta.
Mis hermanas me necesitaban. Pero yo también deseaba el descanso después de la batalla.